Hoy lo he escuchado por la calle, dicen que existe una época en el año en la que no se trabaja ni se estudia, en la que solo importa estar tumbado al sol. Escuché como lo decía un señor y no evité atender su conversación, aunque sé que eso es imposible me hacía la sorprendida con los reflejos del autobús cuando en realidad solo prestaba atención a sus palabras. Hablaba con otro hombre, mucho más mayor que él, imaginé que tal vez sería su padre porque los dos tenían la misma nariz e idéntica forma de ojos; el más joven irradiaba energía, el más mayor era un viejo adorable.
Le contaba a su padre, más asombrado incluso que yo, que en un mes, incluso menos, acabarían los días de calor de camino a la oficina, el comer con compañeros uniformados y el montón de correos diarios y papeles en el escritorio. Pondría fin a la preocupación por imaginar a su padre solo en casa. Le dijo que no tendría que volver a esperarle solo en su sillón, que ya no tendría que esperarlo porque iban a estar juntos los dos; esos días la gente podría aprovecharlos para estar con sus familias, amigos... en la playa y al sol.
El hombre explicó al anciano que pasarian juntos mañanas y tardes, que le contaría todo lo que le tuviese que contar. Serían vacaciones para ellos dos, padre e hijo. Cuando yo soñaba con esos días de playa no paraban de venirme a la cabeza imagenes de otros veranos, de épocas que parece imposible haber vivido y menos todavía que vayan a llegar, parecidas, dentro de tan poco.
Cuando el hijo soñaba despierto yo me iba quedando dormida, cuando se me empezaron a entornar los ojos se cerraron por completo los de aquel anciano entonces dí un pequeño codazo al hijo para avisarle de que su padre se había quedado dormido. El señor me sonrió pero siguió soñando en voz alta.
Comprendí que hay sueños sencillos, vidas complicadas y gente adicta al sol.
(((maca)))
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