La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

lunes, 27 de agosto de 2012

"Libro gratis de autoayuda" o "como dar sentido a cada día"

Para variar un poco estaba estudiando. Y me vino a la mente una idea, que no venía a cuento con lo que estaba leyendo en ese momento, así que escribí las palabras clave en un folio de esos que uno usa de borrador y seguí asimilando apuntes varios. La verdad es que llevo con la idea en la cabeza todo el día, no hacía falta haberla apuntado, lleva aquí dentro cogiendo forma varias semanas.
A ninguno nos gusta la rutina, creo, pero en cambio sabemos que la constancia es siempre positiva. No digo que "rutina" y "constancia" sea lo mismo pero son dos palabras que tienen mucho que ver.
Rutina es madrugar cada dia para ir al trabajo, vestir a los niños y llevarlos al colegio; trabajar, comer en el restaurante de la esquina, donde el menú esta a solo 8 euros, y volver a casa a la hora de la cena. Dormir, o no, y amanecer al día siguiente para hacer lo mismo.
Rutina es comer lentejas los domingos o ir a cenar los viernes con los amigos. Rutina es monotonía, hacer una y otra vez el mismo circulo sin plantearnos que podríamos salirnos de la cuadrícula. Intuyo que no soy la única a la que esta palabra le produce cierto desagrado, quizá ahora más de uno haya bostezado. Pero claro, existe también el otro concepto de la palabra: puede considerarse que ir en verano de vacaciones siempre al mismo sitio sea rutina, por ejemplo, pero hay cosas que si son buenas... ¿para qué cambiarlas?
La rutina parece gris pero hay que dejar que se nos muestre de todos los colores.
Constancia es una palabra más compleja, sabemos que si somos constantes en lo que queremos acabaremos obteniendo buenos resultados. Ser constante, es difícil, sobretodo porque siempre nos proponemos serlo en lo que más nos cuesta; al final dejamos la constancia a un lado y volvemos a nuestra rutina. Y quien es constante, ¿vive también una rutina?
Cuántas veces nos habrán dicho o habremos leído que cada día es único, que nada ni nadie puede asegurarnos que existirá "mañana"... ¿cuántas? Miles. Y seguro que la primera vez que lo escuchamos o lo leímos en algún libro de autoayuda nos sorprendimos de tanta certeza en una sola frase; ese mismo momento nos prometimos a nosotros mismo vivir nuestra vida, VIVIRLA con mayúsculas cada día. Decidimos romper con la rutina y planeamos un viaje a una tierra extraña, escribimos una carta de amor que al final nunca mandamos y  llamamos a nuestro abuelo solo para saber qué tal estába.
Pero el día siguiente amanece de la misma forma: con tu odio eterno hacia el despertador que hace sonar esa canción que antes tanto te gustaba y ahora te irrita, con tu pereza para meterte en la ducha y el desayuno a toda prisa mientras bajas las escaleras apurando el ritmo para no llegar tarde a clase/trabajo.
Y así se nos olvida lo que leímos un día lo que un buen amigo nos quiso meter entre ceja y ceja, la idea esa que flota en cada mente pero que tan pocos viven "VIVE, con mayúsculas".
Haz que tu rutina no adquiera ese color pardo que tanto te recuerda a las tardes grises de invierno, cambia algo, aunque sea mínimo en tu día a día. Ventila la casa, deja que entre aire nuevo y respira en profundidad (aunque sea polución a mi siempre me recarga). Si estas estresado o agobiado por algo no te desfogues cargando toda tu tensión en la cabeza de un amigo: sal a andar, comete un helado, prepara algo especial de comida, ponte a saltar y gritar tu canción favorita encerrado en tu cuarto. Haz boxeo, yo que sé, lo que sea pero deja que ese mal rollo se vaya, porque has de tener clara una cosa: no vale saber que la vida es una y hay que VIVIRLA, hay que sentirlo también. Ya sabes "Vive como piensa o acabarás pensando como vives".
Evidentemente no puedo obligar a nadie a que piense como yo, y menos capaz soy todavía de haceros vivir lo que sería bueno que pensarais... pero entiendo que cada uno lleva su ritmo.
Esto no es más que otro consejo de lo mismo que nos dicen siempre, esto es un curso de autoayuda resumido y gratis, una sesión con un psicólogo desde casa y sin que nadie te haga pagar por decirte "y qué sientes al respecto?".
La clave es la siguiente: si quieres querer todo lo que te rodea empieza por quererte a ti mismo, si quieres conseguir algo hazte saber a ti  y a tu reflejo en el espejo que eres capaz de hacerlo y de mantenerte en tu propuesta. Si quieres ser FELIZ con mayúsculas (lo que conlleva no fijarnos siempre y solo en lo material) abre tu mente y dejate empapar por todo lo que te rodea, haz lo que quieras, piensalo y al final haz lo que tú creas. Equivocate tú, porque así serás tú quien se levante de la caida y sienta la euforia de llegar a la cima. Sientete capaz. Quierete y quiere. Mira más allá de tu sombra. No te dejes llevar por el qué diran, conforma tu personalidad, sé tu mismo. Tú decides quién quieres ser y de que colores vas a pintar tu cuadro.
No digas "no" sin haberlo pensado, no regales un "si" si no van a valorar el precio de tu regalo. Busca la soledad y piensa, reflexiona, preguntate a ti mismo qué quieres hacer con tu vida y qué puedes conseguir de todo ello; responde "TODO".


(((maca)))

martes, 21 de agosto de 2012

Cada acto tiene su consecuencia y cada gota de sudor su premio

Últimamente mis noches se llenan de pesadillas, no sé porque pero parece que debo tener miedo de algo. Es curioso que mientras la noche se me tiñe negra los días se me llenen de sol; aquí en casa aunque llueva, este nublado o la niebla impida que veamos más allá de nuestras cabezas.
No hace falta que nos toque la lotería para tener motivos para sonreír, se supone que yo ahora debería de estar triste, malhumorada, por cargar en mis espaldas con más asignaturas para septiembre que las que cargan la mayoría de la gente con la que hablo pero, ¿y qué? Supongo que si apruebo mi alegría será más grande, ¿no? Esta mañana en el dentista, en el espacio de "Profesión" escribí "estudiante", eso soy, así que estudiar no creo que sea algo tan raro, tan horrible por mucho que estemos en agosto. Sería malo si estuviese encerrada en un castillo custodiado por un dragón gigante, si estuviese completamente sola, si nadie más que yo estuviese ahí para darme razones por las que sonreír y ver en el día a día la distinción entre la sonrisa de un lunes y la de un viernes.
Cada acto tiene su consecuencia y cada gota de sudor su premio.
Constancia. 
Estoy bien. Esa es la mejor respuesta.

(((maca)))

martes, 14 de agosto de 2012

Ya le vale a la Virgen de la cueva...

La Coruña esta mojada y hoy aquí no ha sudado nadie. Los barcos se han ido y solo quedan mis apuntes con arena de otra playa. Como siempre ha pasado lo que predije, lo que no imaginé que ocurriría ha ocurrido, y lo que dejé con un quizá en presente se ha quedado en la mente de algún niño.
Oscurece y solo esta ciudad se muestra ante mi como ella sabe, con su belleza infinita aunque haya pasado el día más gris del verano.
Pasan los días y aunque aparentemente no ocurra nada digno de escribirse en un best seller, podría adornar con flores y guirnaldas las mejores páginas de un diario. Las luces de las casas, farolas y stands publicitarios se reflejan en la enorme cristalera del edificio de oficinas que hay enfrente de mi casa; brillan las luces rojas de los frenos y las verdes de los semáforos que dejan paso a los sueños encedidos.
Huele a tierra mojada, pero no a tierra seca humedecida, sino a tierra húmeda empapada: encharcada por meigas que despiden las primeras semanas de un agosto un tanto extraño. No por ser extraño es malo, recuerdo que un chico al que le gusté en la adolescencia me definió como "rara", me marcó la palabra. Me lo tomé como un adjetivo positivo, aunque siempre es preferible decir "diferente" y el culmen sería que me hubiese tildado de "excepcional", porque eso es ser en una parte distinta, y a la vez aclares que ser rara en ese aspecto, es magnífico.
Bueno, de todos modos todos somos raros, excepcionalmente iguales.

(((maca)))

sábado, 11 de agosto de 2012

En La Coruña sabemos lo que es el sol

Estaba yo en la playa con mi hermano, a esa hora en la que recomiendan irse a casa o cubrirse la piel bajo la sombra, y empecé a reírme sola. No hace falta explicar ciertas cosas, a veces uno es feliz sin razones aparentes, a veces uno se ríe orgulloso de lo que hace y de la suerte que tiene de abrir allí los ojos.
La Coruña estaba expléndida ayer al mediodía, daba todo de ella, como cuando tu madre vuelve a casa después de unos días fuera y justo unas horas antes te pones a limpiar como nunca en tu vida y la casa reluce de limpieza.
El cielo estaba del azul perfecto, con algunes nubes para aportar dulzura al momento.
Me reí y le dije a mi hermano que deberíamos grabar un vídeo del momento y decir algo así como...
-" Estamos en La Coruña, esa ciudad en la que se supone que siempre llueve (y enfocar hacia el sol), esa ciudad donde pocas veces se puede ir de tirantes y sandalias (enfocarnos en bañador), esa ciudad donde el agua del mar está tan fría que es horrible meterse (y enfocarnos a nosotros, en el agua, con esa sonrisa idiota que nos había dejado el día)."
Y justo, en ese momento, cuando dije la última frase empezó a oirse desde el otro lado de la playa el clásico -"Probando, probando. Si, si. Se me oye." Propio de las pruebas de sonido de un espectáculo. (En este caso las pruebas de sonido eran al otro lado de la playa de Riazor, donde por la noche actuaron varios artistas que me gustan: Leiva, Iván Ferreiro y Xoél López). Me sumergí, me solté el pelo, volví a meter la cabeza debajo del agua. La sonrisa no se me iba de la cara y tampoco la idea de lo genial que sería grabar lo bonita que se nos mostraba la ciudad a mi y a mi hermano. Y entonces empezó. -"Uuuuuh, Si, Si, Hola playa de Riazor ...". Miguel y yo nos miramos, sí, era Xoel el que estaba detrás del escenario y eramos nosotros quienes podíamos disfrutar de ese momento.
Ensayó un par de canciones mientras tomamos el sol, nos bañamos y la piel se nos ponía de gallina a pesar del buen tiempo.
Porque... sí señores, en La Coruña sabemos lo que es el sol.

(((maca)))

jueves, 9 de agosto de 2012

Pasados que pesan

Había perdido la llave. La cajita de sus sueños adolescentes no podía abrirse con un simple clip o una aguja, recuerda que al comprarla se aseguró de que ninguno de sus hermanos pudiese abrirla facilmente y descubrir así sus sueños y pesadillas. La caja de latón brillaba con más intensidad que la primera vez que la vió sobre la estanteria de aquel "Cadena Cien" que estaba al otro lado de la manzana; hace años claro, después cerró y pasó a ser una inmobiliaria sin éxito para acabar convirtiendose en el siempre exitoso "chino" que es ahora.
Y ahí estaba la caja, en un cajón del armario olvidada, negose a abrirse por haberla tirado al suelo y por haber sido golpeada con un martillo. Nada, parecía que las cartas que se escriben en la adolescencia a los amores imposibles y que van nadie sabe bien a dónde no iban a volver a leerse nunca mas; tenía claro que si no iba a ser él quien releyese sus propias palabras nadie lo haría.
Metió la caja en una bolsa y la tiró a la basura, el pasado es pasado. No se lo pensó dos veces, el pasado se queda en la memoria, no le hacía falta recordar las estúpidas cartas que se escribía a si mismo cuando tenía quince años.
Subió a casa, encendió la tele buscando compañía y miró el cuadro de fotos del que le parecía que aquellos ojos pixelados siempre le miraban. Sonrió al aire y se quedó dormido pesando que hay recuerdos que sí valen la pena: aquellos que te hacen sonreír y comprender que la vida tiene así más sentido.


(((maca)))

jueves, 2 de agosto de 2012

Cerrando Gandía


He escrito varias veces la misma palabra, esa que nuestros padres nos repetían de pequeños que no estaba bien decirla; sí, esa que empieza por “M” y a veces cambiamos por “miércoles” si hay algún niño delante. La repetí una y otra vez, otra, otra y otra más. Cuando creí que ya me había desahogado bastante comprobé que en realidad lo único que había conseguido era escribir el párrafo más simple y feo que había hecho nunca; así que decidí borrarlo.
Hace un par de horas entorné la maleta, imagino que ahora entenderéis porque repetí tantas veces la palabra esa que empieza por “M”, nunca me ha gustado hacer una maleta, y menos si es para irme de aquí. Digo que la entorné porque no la cerré del todo, porque me conozco y conozco también a mi madre, porque sé que seguro que algo se me ha olvidado y porque sé que mi madre me dirá “Maca, ¿qué pensabas hacer sin esto?” – mientras me mete el neceser o los apuntes de Constitucional en el bolsillo lateral. En fin, que no voy a enrollarme más con esto. Hablaré de lo que quiero hablar que – me encanta decir esto- para eso soy yo quien escribe.
Esta tarde se ha vuelto algo triste, no sé si una tarde puede entristecerse o quizá he sido yo quien se ha puesto un poco ñoña; el caso es que mañana me voy a Madrid, después de 35 días en Gandía y claro… la vuelta no se hace fácil. Gracias a Dios que mis días en Madrid se reducirán a dos, por cosillas que quiero hacer allí, y luego ya me voy agosto entero a La Coruña, de dónde soy, y una de las mejores ciudades del mundo. Aunque haya dejado de mirar hacia atrás cada día, hoy ha sido inevitable, y hasta fascinante, pensar que era la última tarde de playa, la última puesta de sol aquí, al menos durante este verano. Claro que en La Coruña tendré más días de playa, pero quien sepa un poco de España sabe que el Noroeste y el Mediterráneo son bien diferentes. En realidad disfruto también de estas cosas, de momentos así en los que ves que lo bueno se acaba, será que como soy gallega tengo la palabra “morriña” tatuada en las venas.
A veces no los soporto, en general y en particular, y muchas veces les resulto insoportable, lo sé; ahora hablo de los hermanos, claro. Esas personas maravillosas y diferentes que forman la mitad de los recuerdos de mi vida. Pero, ¿para qué queremos recuerdos si la vida es más que eso?  Pues para demostrarnos a nosotros mismos cuantísimo valemos, por si algún día nos desanimamos tener algo en que pensar y a quién llamar si tenemos, o no, un problema. Este mes de julio hemos conseguido reunirnos los siete hermanos – lo sé, ¡que coraje mis padres que tienen siete hijos!- y en una balanza esto ha sido francamente bueno. Yo no buscaba unas vacaciones de fiesta, porque eso ya me ha sobrado durante todo el curso, ni de amigos, porque los amigos que tengo ya tienen sus momentos conmigo y a mi familia le debía muchas, muchísimas horas; y ellos a mi me debían también algo de tiempo.
Vivir fuera de casa está fenomenal, a quien no lo haya hecho le recomiendo que lo haga: descubrirás por ti mismo que el polvo se reproduce a la velocidad del rayo y que nada se recoge solo. Aprenderás a madrugar cuando hayas llegado tarde a clase una veintena de veces, a saber si 1euro el kilo de patata es barato o caro, a moverte “solo” por la vida. Todo tienes sus pros y sus contras, lo malo de vivir solo es que estás menos con tu familia, y más todavía si eres el menor de los herman@s, y muchos de ellos ya han formado su vida y viven en otra ciudad. El problema de ser “la niña de mamá” es que, aunque sea su niña, como vivimos a 600km no siempre me puede mimar como quisiera ni yo la tengo a mi lado siempre que la necesito. Pero eso también resulta maravilloso. A lo que iba: los hermanos, la familia. Se acaban las vacaciones en las que hemos conseguido reunirnos los siete hermanos, con cuñados y sobrinos incluidos; la próxima vez que nos reunamos todos será… no sé, espero que antes de Navidad.
Gracias a cada rayo de sol que se ha quedado en mi cuerpo, a la salitre, a la arena. Gracias al calor húmedo, al olor de Valencia y a mi familia, que aunque – con cariño – a veces no os entienda, sabéis que os quiero.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Vivir el presente

12 de junio del 2012


Quizá lo inventen en un futuro, no estaría nada mal que creasen un aparato que indicase el “momento clave”. Que qué es el “momento clave”, ahora lo explico.
Seguro que te ha pasado, cuando algo bueno se acabó (las vacaciones por ejemplo) y una vez que ha pasado piensas en ello y te dices a ti mismo “debería de haber aprovechado más ese momento, ser consciente de qué eso que viví era auténtico, magnífico”. A veces no le damos suficiente importancia a ciertas cosas que, una vez pasadas, las vemos como valiosas. Imagínate un día de tus vacaciones de verano, un momento en el que te hayas enfadado con alguien o hayas pensado que cierto momento del día hubiese sido mejor borrarlo. ¿A que ahora te hubiese gustado revivir incluso esos momentos? Claro, a mi también, no somos tontos.
Si nos gustaría revivir hasta esos momentos “amargos”, imaginaros lo útil que podría ser que en ese instante algo/alguien te alertase, te recordase de que ese momento es único, que no volverá a repetirse y que eres tú quien vive el momento real y por lo tanto eres tú quien decide si ese momento vale o no la pena.
Pienso en todo esto ahora, que estoy en la paz más absoluta, cuando todos se han ido a la cama y yo escribo en mi ordenador, fuera de la casa, sin más ruido que el de unos grillos a lo lejos. “Esto es vida” – pienso- “ahora no necesito que nadie me diga que he de disfrutar este momento porque lo estoy viviendo con total intensidad pero ojalá alguien me recordase esto cada día”.
Hace unas semanas conocí a un chico, lo típico: de noche él te mira, tú le miras; te acercas con la mejor de las excusas “soy relaciones públicas” y él no rehúye a la oportunidad de pedirte el número de teléfono. Habláis un rato, sin pretenderlo empezáis a conoceros y… ya sabéis la historia: varios días buenos. Un día piensas en él y te das cuenta de que, no sabes cuándo,  la cosa cambio, no sabes cuándo pero él o tú ha dejado que el tiempo pase y os habéis ablandado. Y ahora es cuando mi cabeza, que aunque no siempre parezca estar dando vueltas a algo la verdad es que suele hacerlo, se pregunta por qué nadie, cuando nos estábamos conociendo y todo era perfecto me dijo “Maca, aprovecha el día de hoy, que quizá mañana no vuelvas a vivir esto”. No quiero personalizar, pero me valgo de ejemplos.
Esta noche quiero reiterar lo que me he dicho a mi misma ya varias veces “disfruta cada momento bueno, déjate empapar por los menos buenos y aprende, vive, y si algo malo se pone de por medio… sal a correr, desfógate, escribe, pinta, baila, salta… lo que sea, pero termina con una sonrisa y duerme”.


(((maca)))


Así empezó Gandía



27 de Junio del 2012

Me preguntan por qué veraneo en Gandía, porqué me paso aquí, como mínimo, los 31 días que tiene julio; supongo que es ya una tradición, las cosas buenas… ¿para qué cambiarlas? Mi abuelo Gabriel nació en Valencia, quizá por eso hace años, años y más años, decidieron invitar a cada uno de sus hijos y sus respectivas familias a veranear en un pueblecito lleno de naranjos valencianos: Gandía. Gandía hace más de veinte años era poco más que la playa que tiene ahora, la tercera parte de apartamentos construidos y el triple de naranjos que hoy quedan. A Gandía venían familias formadas por abuelos, hijos y nietos; y entre ellos estaban mis abuelos, los Martorell Lacave, con todos los suyos. Yo todavía no había nacido y ya era costumbre pasar aquí quince días de agosto, en el apartamento “Terranova” que en ese momento era el último edificado, el que separaba la zona construida de la cultivada. Pasaron muchos veranos así, y cuando un abril murió la primogénita de los Martorell Lacave, Belu,  se acabaron esa clase de vacaciones. Apenas recuerdo a mi tía, yo tenía cuatro años cuando ella se fue pero la conozco por sus canciones, sus fotos y por cada cosa que mi madre me ha ido contando de ella. Me parece triste pensar que si se hubiese mantenido la forma de organizar las vacaciones ahora no seríamos los únicos de la familia que estaríamos en Gandía, bueno, en realidad ahora mismo estoy yo sola: acabo de darme un baño en la piscina, he silenciado el móvil, he puesto los pies en alto y he comenzado a escribir. Qué porqué estoy sola en Gandía es otro asunto, que tiene más razones que porque soy la única hija que queda estudiante así que como las ganas de estar aquí eran muchas y mis vacaciones largas… me he venido un día antes que nadie.
Vuelvo a lo de antes, al verano que dejamos de venir a Gandía. Tengo la inmensa suerte de haber pasado unos veranos increíbles en mi infancia: mis otros abuelos, los paternos, vivían en Ferrol y tenía una casita en La Graña. (No sé por qué digo casita porque aquello era un palacio).  Quizá pasé allí los mejores veranos de mi vida, con todos mis hermanos y todos los hijos de los primos de mi padre, que aunque son primos segundos yo les consideraba mis auténticos primos. El jardín era enorme: la planta de abajo estaba llena de camelias tras las que nos escondíamos jugando al escondite y de una hierba muy verde y muy fina que replantábamos cada verano con mi padre. Creo recordar también que había una mesa de piedra blanca, con sillas delicadas a juego, como si de una estampa del té inglés de los años cuarenta se tratase. La segunda planta tenía un naranjo, un limonero, una higuera, más camelias, muchísimo bambú con el que creamos una fantástica cabaña y la pista donde jugábamos, o los más pequeños lo intentábamos, al bádminton. La tercera planta tenía el árbol más grande de toda la casa, era gigantesco, y en el mi padre construyó un columpio en el que yo podía pasarme horas y horas. Mis hermanos y primos, segundos, escalaban el árbol hasta bien arriba y, quizá sea que siendo pequeña uno recuerda las cosas con enormidad pero aquel árbol podría medir perfectamente lo mismo que un piso de dos o tres alturas. En esa planta había también una vid de la que vi salir muy pocas uvas. En la planta siguiente era donde estaba la piscina, y un poco más arriba una palmera gigante de la que yo sacaba sus frutos y hacía un mejunje asqueroso, yo creía que delicioso, que hacía tomar a todos y al final solo se lo tragaba y repetía mi madre. Allí estaba el manzano más espectacular que he visto en mi vida: pequeño, de ramas finas que parecía que se romperían en cualquier momento, pero que daba las manzanas más ácidas y deliciosas que he probado en mi vida. Había también una mesa bruta, de madera gruesa y piedra, en la que cogíamos las almendras que caían del árbol y con una piedra del suelo golpeábamos la cáscara hasta poder comer el fruto. La casa acababa un poco más arriba, dónde yo casi nunca iba por miedo a que apareciese algún lobo o bicho; nunca apareció nada semejante, salvo un erizo, al que llamamos “Inki” o “Pinki”, no lo recuerdo.
En uno de los árboles de la parte más alta de la casa enganchaban mis hermanos y mi padre una polea, que iba con una cuerda hasta la última de las plantas; imaginaros lo bien que lo pasábamos lanzándonos desde tanta altura a tanta distancia. (Reconozco que yo no tengo recuerdo de haberme tirado nunca por la polea, aunque sí recuerdo como se estampó mi hermano Javier contra el árbol gigante que ya mencioné antes que escalaban, un magnolio.)
Ahora que lo pienso, hemos tenido suerte, aunque yo no haya pasado todos los veranos de mi vida en Gandía he podido disfrutar de la maravillosa casa de La Graña. Por absurdeces de herencias y otras cosas no tengo ningún trato con los hermanos de mi padre, ni con sus hijos; y hace años que no sé nada de mis primos segundos a los que consideraba mis primos.
Pero aquí estoy, en el porche del chalet de Gandía, con los pies descalzos, observando cómo oscurece poco a poco el día, recordando mis veranos desde que era pequeñita en La Graña hasta el verano en el que un día se nos ocurrió volver aquí, a Gandía, donde desde hace ya muchos años paso como mínimo todo el mes de julio de cada año. 


(((maca)))