He escrito varias veces la misma palabra, esa que nuestros
padres nos repetían de pequeños que no estaba bien decirla; sí, esa que empieza
por “M” y a veces cambiamos por “miércoles” si hay algún niño delante. La
repetí una y otra vez, otra, otra y otra más. Cuando creí que ya me había
desahogado bastante comprobé que en realidad lo único que había conseguido era
escribir el párrafo más simple y feo que había hecho nunca; así que decidí
borrarlo.
Hace un par de horas entorné la maleta, imagino que ahora
entenderéis porque repetí tantas veces la palabra esa que empieza por “M”,
nunca me ha gustado hacer una maleta, y menos si es para irme de aquí. Digo que
la entorné porque no la cerré del todo, porque me conozco y conozco también a
mi madre, porque sé que seguro que algo se me ha olvidado y porque sé que mi
madre me dirá “Maca, ¿qué pensabas hacer sin esto?” – mientras me mete el
neceser o los apuntes de Constitucional en el bolsillo lateral. En fin, que no
voy a enrollarme más con esto. Hablaré de lo que quiero hablar que – me encanta
decir esto- para eso soy yo quien escribe.
Esta tarde se ha vuelto algo triste, no sé si una tarde
puede entristecerse o quizá he sido yo quien se ha puesto un poco ñoña; el caso
es que mañana me voy a Madrid, después de 35 días en Gandía y claro… la vuelta
no se hace fácil. Gracias a Dios que mis días en Madrid se reducirán a dos, por
cosillas que quiero hacer allí, y luego ya me voy agosto entero a La Coruña, de
dónde soy, y una de las mejores ciudades del mundo. Aunque haya dejado de mirar
hacia atrás cada día, hoy ha sido inevitable, y hasta fascinante, pensar que
era la última tarde de playa, la última puesta de sol aquí, al menos durante
este verano. Claro que en La Coruña tendré más días de playa, pero quien sepa
un poco de España sabe que el Noroeste y el Mediterráneo son bien diferentes.
En realidad disfruto también de estas cosas, de momentos así en los que ves que
lo bueno se acaba, será que como soy gallega tengo la palabra “morriña” tatuada
en las venas.
A veces no los soporto, en general y en particular, y muchas
veces les resulto insoportable, lo sé; ahora hablo de los hermanos, claro. Esas
personas maravillosas y diferentes que forman la mitad de los recuerdos de mi
vida. Pero, ¿para qué queremos recuerdos si la vida es más que eso? Pues para demostrarnos a nosotros mismos
cuantísimo valemos, por si algún día nos desanimamos tener algo en que pensar y
a quién llamar si tenemos, o no, un problema. Este mes de julio hemos
conseguido reunirnos los siete hermanos – lo sé, ¡que coraje mis padres que
tienen siete hijos!- y en una balanza esto ha sido francamente bueno. Yo no
buscaba unas vacaciones de fiesta, porque eso ya me ha sobrado durante todo el
curso, ni de amigos, porque los amigos que tengo ya tienen sus momentos conmigo
y a mi familia le debía muchas, muchísimas horas; y ellos a mi me debían
también algo de tiempo.
Vivir fuera de casa está fenomenal, a quien no lo haya hecho
le recomiendo que lo haga: descubrirás por ti mismo que el polvo se reproduce a
la velocidad del rayo y que nada se recoge solo. Aprenderás a madrugar cuando
hayas llegado tarde a clase una veintena de veces, a saber si 1euro el kilo de
patata es barato o caro, a moverte “solo” por la vida. Todo tienes sus pros y
sus contras, lo malo de vivir solo es que estás menos con tu familia, y más
todavía si eres el menor de los herman@s, y muchos de ellos ya han formado su
vida y viven en otra ciudad. El problema de ser “la niña de mamá” es que,
aunque sea su niña, como vivimos a 600km no siempre me puede mimar como
quisiera ni yo la tengo a mi lado siempre que la necesito. Pero eso también
resulta maravilloso. A lo que iba: los hermanos, la familia. Se acaban las
vacaciones en las que hemos conseguido reunirnos los siete hermanos, con
cuñados y sobrinos incluidos; la próxima vez que nos reunamos todos será… no
sé, espero que antes de Navidad.
Gracias a cada rayo de sol que se ha quedado en mi cuerpo, a
la salitre, a la arena. Gracias al calor húmedo, al olor de Valencia y a mi
familia, que aunque – con cariño – a veces no os entienda, sabéis que os
quiero.
Acabo de leerlo y me ha encantado, Maca!!! Precioso! Te quiero. Mua
ResponderEliminarMaría