La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

domingo, 24 de julio de 2011

Desde esta cama

Mamá, Vito, Cande y Ryan se han ido a casa, yo me quedo sentada en la orilla leyendo, con María, Pedro y los demás. En las últimas horas se han colado las nubes entre los rayos del sol pero la verdad es que se está muy agusto así, me quito el sombrero y dejo que el pelo se mueva a su aire.
Cuando decido que quiero irme a casa nadie se viene conmigo así que en cierta manera me alegro, así voy al ritmo que yo imponga y pensando en mis cosas. Me ato el pareo encima del pecho y dejo que caiga hasta el suelo, luego cojo la punta de la izquierda y le hago un nudo en la cadera: así ya queda mucho mejor, me parece que las “rajas” de los vestidos favorecen, al menos queda bien si la inventas tú misma sobre un pareo. Cojo la silla, el balón de beisbol y me despido, -hasta dentro de un rato-.
Salgo de la playa y me doy cuenta de que el camino de vuelta va a gustarme hacerlo, no será como otras veces que estoy cansada o con ganas de sentarme en el porche o tirarme a la piscina. Me lo tomo con calma, paso por delante da San Paulo, del restaurante Las Palmeras, dejando a la izquierda El Caldero. Cruzo frente al local destartalado y en alquiler dónde mi madre me recuerda siempre que ahí antes había un supermercado… no soy capaz de recordarlo, yo tenía tres años cuando cerró.
Cruzo Carrer de Valldigna, sigo por donde iba, Avinguda del Nord, hasta el fono, donde vivo. Antes del siguiente cruce paso por delante del apartamento de un niño macarra que recuerdo que nos encantaba a mí y a mi prima con 12 o 13 años, no recuerdo su cara pero sí su nombre y su apartamento. Cruzo y tengo Gandiazar frente a mí, allí pasé un septiembre y también tengo muchos recuerdos de aquellos días, me asomo entre las rejas y compruebo que todo sigue igual que hace unos años. Y, del otro lado, están los antiguos Cines Tugar que quebraron hace tres años. Era el único cine de verano superviviente de los que existieron toda la vida, compruebo para mi sorpresa que una de las puertas está abierta y me asomo sin pensarlo. Ya solo queda el espacio vacío que dejaron las viejas sillas verdes recubierto de hojas que crujen y un par de grafitis en las paredes. Si entorno los ojos y le echo imaginación puedo ver el reflejo de la lente en la enorme pared blanca, las sillas verdes cubiertas de niños y parejas, la tienda de palomitas y golosinas. Puedo ver los saquitos de pipas y los bocadillos envueltos en papel de plata. Puedo palpar la tensión y alegría de las risas del fondo, las carreras antes de que empiecen las películas.
Sigo andando, sigo y sigo. Solo han pasado 7 minutos desde que salí de la playa y ya estoy entrando por la puerta de casa. Ahora voy a dejar a mi imaginación seguir volando un rato, cojo la ropa y me voy a la ducha.

(((maca)))

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