La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Diario eterno del viaje finito


Me despierto. No ha sonado la alarma todavía pero algo en mi cabeza me dice que tengo que espabilarme, si quiero llegar a tiempo tengo que darme prisa, tendría que haber ido ayer a comprar el billete…
Quedan dos horas para que el autobús, en el que todavía no tengo plaza, arranque. Bueno… con calma enciendo el ordenador, con calma en el baño intento conseguir parecerme a una persona normal y no a un zombie: sí, eso parezco. No suelo preocuparme en peinarme el pelo, es más… no me gusta peinarme: creo que cepillarse está sobrevalorado así que esta mañana tampoco lo hago. Guay… tengo el desmaquillante en la maleta así que me lavo la cara con el jabón de manos… otras veces, cuando me ha dado pereza el hecho de tener que ir al baño, lo he hecho con Fairy así que no pasa nada. Ahora estoy peor, los ojos emborronados y pelos de haber venido de la guerra… o de haber salido por la noche, dar mil vueltas en la cama y no peinarme.
Queda una hora y media. Méndez Álvaro no está muy cerca de mi casa… vagancia. Tengo que irme ya pero sigo dormida y el sillón me parece tan cómodo… Mi hermano me dice por el chat que deje de hacer el vago y espabile, ¡tengo que dejar de hacer lo que tanto me gusta! Me levanto, compruebo que llevo las llaves en el bolso, dinero, móvil y billete. ¡Ah no! Antes tengo que comprarlo.
Cierro la puerta, no sé como lo he hecho pero ya solo queda una hora. Me he dejado la maleta dentro de casa, y no me doy cuenta de eso hasta que salgo del portal… ¡que divertido volver a subir las escaleras!
Con los ojos medio abiertos medio cerrados acabo llegando a la estación. Un asiático de idioma indescifrable se me cuela y compra un billete para León. Me parece un imbécil, estoy de mal humor porque he dormido poco y el señor ese se me ha colado, me ha visto cara de idiota. Luego sonrío, sin pensarlo ha pasado por mi cabeza la idea de que yo me voy a comprar un billete para ir a mi ciudad y el… se va a León. Pobre. A lo mejor es de León de toda la vida, a lo mejor vive allí con su familia y es feliz… pero por la cara que tiene de pasa caducada no creo que sea así… no sé si es bueno alegrarme por suponer que el no va a su ciudad pero… no me alegro por eso, sonrío al comprobar que yo sí.
Ya tengo el billete en la mano, no me han hecho descuento por ser joven ni por tener tarjeta de Alsa, ni siquiera por haber dejado colarse al asiático. Genial, para eso me lo podría haber comprado por internet… bueno, siempre tengo que hacer alguna genialidad, si hago las cosas normales tienen menos emoción, menos gracia… lo interesante es guardar la emoción en todo momento. Saber que queda media hora para irme y no tener todavía billete… angustia un poco pero a la vez es una sensación de subidón increíble. Pasotismo mezclado con saber que tengo que hacer las cosas y que al final siempre las hago.
Me subo al autobús e intento hacer algo con lo que pasar amenamente el tiempo. Van a ser ocho horas y quince minutos de viaje… ¿por qué La Coruña está a 600 Km y no a un par de metros? Puf… me pongo música y ya todo es mejor. Con música todo es mejor siempre, no hay comparación entre un viaje sin música y un viaje con. Empiezo con cosillas lentas, amargantes pero geniales. Luego me paso al subidón de los cantautores que… sí, existe. Escucho canciones de esas que te da vergüenza admitir que las oyes de vez en cuando pero te gustan. Escucho algo de rap que no sé que me ha dado últimamente que estoy abierta a todo. Música…Word, así puedo hacer el viaje sin problema.
Pienso en qué voy a hacer nada más llegar a la estación, quién estará esperándome y a quienes espero ver yo. Creo que iré a casa, cogeré un paraguas porque probablemente llueva y… con quien quiera venirse me voy al paseo marítimo. Tengo tantas ganas de quedarme delante del mar que si pienso en hacerlo el viaje se me va a hacer todavía más largo. Imagínate: yo, el rompeolas y el sonido del mar. Si lo pienso mucho creo que puedo oler la sal, puedo oír las olas estallar con fuerza contra la piedra. Veo unos surfistas, las olas son grandes y el agua tiene pinta de estar helada. Hace frío, llueve pero tengo ganas de bañarme. Me quito el abrigo, el paraguas se lo llevó el viento hace rato y no he sido consciente. Tengo el pelo mojado pero me encanta, no creo que me ponga enferma: no es la primera vez que estoy en manga corta en la calle mientras llueve o nieva. Bajo a la playa, no sé si estoy sola o con alguien pero no importa, voy a estar bien de todos modos. Me acerco a la orilla, las botas se hunden en la arena pero no me importa que se destrocen al mojarse, quiero mojarme entera y tendré que empezar por alguna parte… De cuclillas toco el mar con las yemas de los dedos, el agua sube y baja, sube y vuelve a bajar. Tengo las manos casi moradas pero no tengo frío. Es de noche y la Torre de Hércules destella cada poco rato con su faro, se supone que guía a los marineros, yo no sé si lo hace realmente pero me gusta. Al otro lado se ve el Milenium, es bonito desde aquí… no se aprecia la vidriera pero me gusta la imagen que deja en el paseo. Todo lleno de farolas, el mar oscuro y las luces iluminan el carril de bici y la acera. El rompeolas también está iluminado. Hay muy poca gente paseando, entre la lluvia el viento y el frío han preferido quedarse en un bar o en sus casas. Meto la mano en el agua, me mojo hasta el codo. Tengo la bota encharcada y llena de arena. No voy a descalzarme, ya me parece una idea de locos. No sé cuál es el problema de ser un loco en la vida. Me mojo la cara. Quien me vea pensará que estoy borracha, solo estoy feliz.
No sé si ir a Azcárraga, tal vez deje la ciudad vieja y la tetería para mañana. Inspiro el aire húmedo y me vuelvo a casa. Qué bien saber que llegaré y habrá alguien esperándome, que bien saber que mi perro empezará a llorar y a dar saltitos de alegría. Qué bien saber que voy a ver a mi sobrino. Qué bien saber que me queda todo por delante.
Han pasado poco más de cuatro horas, hemos parado en Astorga y acabamos de arrancar otra vez. Hasta ahora el viaje ha sido el peor de mi vida, creo. No sé porqué pero me maree muchísimo, de repente. Empecé a sentir muchísimo calor en todo el cuerpo, ya no podía quitarme más prendas y acababa de recogerme el pelo en un moño ladeado para que no me molestase con el asiento pero… el calor era insoportable. Fui a decirle al conductor que si podía bajar un poco la temperatura de la calefacción, en serio, esto lo notaba yo a unos 30º grados. Me encontraba fatal. He conocido hombres más amables que el que me lleva a Coruña hoy, solo me dijo: “la temperatura es automática”. Pues nada oye, creo que las palabras no cuestan dinero.
Vuelvo a sentarme en mi asiento y todo me agobia: la ropa, el olor a tabaco seco, saber que el viaje se me hará eterno… Voy al baño, al mini-baño. Huele fatal y se me revuelve el estómago, digamos que tenía una especie de nauseas. Horrible. Un trago de coca cola, chicle de menta, apuntes a modo de abanico y ojos cerrados. Eran las 12 del mediodía, mis párpados se desplegaron 12 minutos más tarde: me había quedado dormida y comprobé emocionada que me encontraba mucho mejor. Me dolía un poco la cabeza pero el mareo se había esfumado, ya no tenía tanto calor aunque necesitaba seguir sin ningún tipo de chaqueta y el pelo recogido. El hombre de mi lado intentó hacer funcionar el aire acondicionado que cada uno tiene sobre sus cabezas, no iba, ¡qué raro! El hecho de que hubiese notado que me encontraba mal y, sin decirme nada procurase airearme un poco, me relajó. Me puse música otra vez, esta vez José Luis Perales. ¿Qué persona de mi edad escucha estas canciones? No sé, supongo que no demasiada… pero me gusta escucharlo, lo hago raras veces pero me trae recuerdos.
Estoy en el cuarto de estar, tengo seis años y papá duerme en el sofá; se cree que pienso que lee el periódico, pero aunque sea pequeña sé diferenciar entre ojos abiertos y ojos cerrados, entre susurros y ronquidos bajos. Miguel está viendo unos dibujos, como siempre los dos nos sentamos, medio tumbados en el suelo: justo en el hueco que hay entre la mesa y el mueble de bebidas. A Javi y a Manu se les oye en su cuarto, creo que juegan con el Scalextric, por lo que dicen parece que va ganando Manu. Mamá está en el comedor con las niñas, Candela está emocionada con sus costuras; María y Vito estudian. Suena como música ambiente “Supervivientes”. Un puzle a medio hacer está en el suelo del pasillo, hay un bizcocho en el horno. Papá siempre lo hace y ese olor ya es característico en mi casa. Veo los dibujos y le propongo a Miguel dormir esa noche allí: en el cuarto de estar. Lo vemos como si fuese una gran aventura, casi como irnos de acampada a un monte perdido solo que hacerlo en nuestra propia casa, y a unos pocos metros de nuestros colchones.
Tiro de la manga de la camisa de papá y se lo digo, no pregunto porque sé que preguntando puede haber dos respuestas: prefiero afirmar que dormiremos allí y seguro que nos deja. Mamá me oye y la oigo reírse. Me acuerdo de esa noche. Siempre hay momentos felices.
Son las siete menos cuarto, supuestamente tendría que haber llegado ya pero no… quedan cuarenta quilómetros todavía. El cielo estaba naranja y rosa hace una hora, atardecía y ahora la luz es casi opaca. No ha llovido, no llueve en Coruña y eso me alegra más todavía. Tengo ganas de llegar, de bajarme de este autobús y notar el frío húmedo en la cara.

1 comentario:

  1. Tienes una capacidad innata para describir todo, pienso que hasta escribirías con gracia el movimiento de un caracol. Puedes ser alguien grande

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