La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

martes, 20 de agosto de 2013

La fábrica olvidada



Era una fábrica antigua y abandonada, rodeada por un jardín salvaje lleno de árboles que ensombrecían la imagen del edificio que si por si solo ya se mostraba tétrico, con la naturaleza de su alrededor no invitaba demasiado a acercarse a leer el cartel que colgaba de su puerta.
Un cartel también envejecido, con un “SE VENDE” y un número de teléfono que me hizo dudar si el propietario seguiría vivo.
Era una fábrica de besos, en su día  -contaba mi abuelo- los besos no se daban así porque sí; eran tan valiosos que se compraban a precio de oro. A más sentimiento mayor era su precio, así que el primer beso a un hijo recién nacido o el de despedida a un ser querido que hubiese muerto suponían una auténtica fortuna. Los besos entre novios eran también muy especiales, y aunque nunca estaban en la sección de ofertas siempre eran los que más se producían, puesto que la demanda aumentaba día a día.
Mi abuelo hablaba siempre de cómo su padre de niño se colaba entre los barrotes que cercaban la propiedad de la fábrica y pedía a uno de los trabajadores –el padre de quien años después sería mi bisabuela- que le regalase un beso de su hija.
La fábrica nunca estaba en silencio, ni con los sonidos de grillos como está ahora; las máquinas funcionaban las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y tres días al año, y siempre a toda prisa.
Los trabajadores de la fábrica vivían felices, estaban contentos en sus puestos de trabajo y acaban siempre enamorados claro… todo el día rodeados de besos sería difícil no hacerlo.
Las ventas incrementaban porque las ganas de besar y ser besados también lo hacían, así que en un principio decidieron aumentar los precios y consiguieron unas ganancias descomunales, la gente comenzó a protestar porque empezaron a considerar que un beso era un bien primario así que los precios cayeron en picado y todos podían comprar cuantos besos quisieran. Llegó un día en el que las personas besaban tanto y a tanta gente que los besos perdieron todo el valor que tenían, y así paso un beso de ser algo anhelado, especial y auténtico a ser algo más del día a día. Los besos de buenas noches a un padre ya no se daban con una caricia, y los besos entre chicos y chicas ya no tenían el sentimiento de antes.
Así quebró la fábrica, los trabajadores olvidaron por qué querían y acabaron solos, y tristes.
Quizá por eso ahora veo parejas que se besan sin sentimiento: como son novios se besan, pero lo hacen como costumbre – y porque besar es gratis- y no porque den valor alguno al hecho de besarse.
He llamado al número de teléfono que colgaba de aquel cartel incontables veces y a día de hoy todavía no he conseguido contactar con el vendedor de la fábrica. Quería comprarla y devolver a cada beso su valor, pero me di cuenta de que ese valor no se adquiere por ponerle un precio, sino por saber besar en el momento preciso a quien merezca ese beso que vamos a dar.
Ahora siempre que beso a alguien lo hago con todos mis sentidos, al cien por cien, con todas mis ganas. Dejo en la persona a quien beso un pedacito de mi y de mis sentimientos; y quizá esa fábrica nunca vaya a ser mía pero yo lo sueño… Reconozco que algunas veces me adentro entre los árboles que la rodean y busco algún beso de aquellos que se perdieron en el tiempo.
De alguna manera siento que esa fábrica esta viva.


(((maca)))

3 comentarios:

  1. Me has emocionado...¡¡¡es TAN prrrrecioso!!!
    Gracias por compartirlo.
    Seguimos y seguiremos Siempre juntas.

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  2. ¿A dónde irán los besos que guardamos,que no damos...?
    No tengo la suerte de conocerte pero transmites muchísimo encanto.

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    1. Se pierden, por eso hay que darlos. Muchas gracias por tus palabras, es todo un halago

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