Era una fábrica antigua y abandonada, rodeada por un jardín
salvaje lleno de árboles que ensombrecían la imagen del edificio que si por si
solo ya se mostraba tétrico, con la naturaleza de su alrededor no invitaba
demasiado a acercarse a leer el cartel que colgaba de su puerta.
Un cartel también envejecido, con un “SE VENDE” y un número
de teléfono que me hizo dudar si el propietario seguiría vivo.
Era una fábrica de besos, en su día -contaba mi abuelo- los besos no se daban así
porque sí; eran tan valiosos que se compraban a precio de oro. A más
sentimiento mayor era su precio, así que el primer beso a un hijo recién nacido
o el de despedida a un ser querido que hubiese muerto suponían una auténtica
fortuna. Los besos entre novios eran también muy especiales, y aunque nunca
estaban en la sección de ofertas siempre eran los que más se producían, puesto
que la demanda aumentaba día a día.
Mi abuelo hablaba siempre de cómo su padre de niño se colaba
entre los barrotes que cercaban la propiedad de la fábrica y pedía a uno de los
trabajadores –el padre de quien años después sería mi bisabuela- que le
regalase un beso de su hija.
La fábrica nunca estaba en silencio, ni con los sonidos de
grillos como está ahora; las máquinas funcionaban las veinticuatro horas del día,
trescientos sesenta y tres días al año, y siempre a toda prisa.
Los trabajadores de la fábrica vivían felices, estaban
contentos en sus puestos de trabajo y acaban siempre enamorados claro… todo el
día rodeados de besos sería difícil no hacerlo.
Las ventas incrementaban porque las ganas de besar y ser
besados también lo hacían, así que en un principio decidieron aumentar los
precios y consiguieron unas ganancias descomunales, la gente comenzó a
protestar porque empezaron a considerar que un beso era un bien primario así
que los precios cayeron en picado y todos podían comprar cuantos besos
quisieran. Llegó un día en el que las personas besaban tanto y a tanta gente
que los besos perdieron todo el valor que tenían, y así paso un beso de ser
algo anhelado, especial y auténtico a ser algo más del día a día. Los besos de
buenas noches a un padre ya no se daban con una caricia, y los besos entre
chicos y chicas ya no tenían el sentimiento de antes.
Así quebró la fábrica, los trabajadores olvidaron por qué
querían y acabaron solos, y tristes.
Quizá por eso ahora veo parejas que se besan sin
sentimiento: como son novios se besan, pero lo hacen como costumbre – y porque
besar es gratis- y no porque den valor alguno al hecho de besarse.
He llamado al número de teléfono que colgaba de aquel cartel
incontables veces y a día de hoy todavía no he conseguido contactar con el
vendedor de la fábrica. Quería comprarla y devolver a cada beso su valor, pero
me di cuenta de que ese valor no se adquiere por ponerle un precio, sino por
saber besar en el momento preciso a quien merezca ese beso que vamos a dar.
Ahora siempre que beso a alguien lo hago con todos mis
sentidos, al cien por cien, con todas mis ganas. Dejo en la persona a quien
beso un pedacito de mi y de mis sentimientos; y quizá esa fábrica nunca vaya a
ser mía pero yo lo sueño… Reconozco que algunas veces me adentro entre los árboles
que la rodean y busco algún beso de aquellos que se perdieron en el tiempo.
De alguna manera siento que esa fábrica esta viva.
(((maca)))
Me has emocionado...¡¡¡es TAN prrrrecioso!!!
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Seguimos y seguiremos Siempre juntas.
¿A dónde irán los besos que guardamos,que no damos...?
ResponderEliminarNo tengo la suerte de conocerte pero transmites muchísimo encanto.
Se pierden, por eso hay que darlos. Muchas gracias por tus palabras, es todo un halago
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