La vida es un continuo trabajo: te despiertas y cada nuevo día te trae lo mismo de siempre, igual pero distinto... esa diferencia que te aporta es lo que hace que tu vida sea maravillosamente diferente.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Alma


Recuerdo cuando hace 15 o 20 años contaba cosas que habían pasado diciendo "cuando era pequeña..." y mis hermanos siempre me decían que seguía siéndolo; yo me molestaba por sus comentarios, sin embargo ahora lo digo y nadie rebate mis palabras. No sé cuando crecí, cuando mi visión de la realidad empezó a parecerse más a los de mi alrededor.
Cuando era pequeña -que bien sienta poder decírlo y que vacío siento al no oir a nadie interrumpir- mis padres me enseñaron que dentro de mi había un alma, que la cubría mi cuerpo como un envoltorio cubre a un caramelo; que mis ricitos dorados eran preciosos pero que dentro tenía algo que lo era más. Yo no entendía de qué me hablaban y aunque durante toda la etapa escolar en el colegio me repetían la misma idea yo nunca llegué a plantearme si realmente eso que decían era real o no era más que otra historia de esas que nos cuentan para intentar hacernos creer que la vida es preciosa y que no existe el miedo; como si el miedo no hiciese de la vida algo apasionante.
Yo era feliz creyendo que cada 6 de enero tres ancianos muy sabios venían a mi casa -sí, sí, a la mía- y se bebían las tres copas de Champagne que les habíamos preparado, se comían todos los polvorones y se fumaban dos de los tres cigarrillos que mi padre les había dejado. Yo deducía que Baltasar, mi favorito, no fumaba, y me parecía lo más lógico que hubiesen ido a mi casa a comer, beber y fumar y que, ya que estaban, colmasen de regalos el cuarto de estar.
A mi me parecía lógico, mágico y muy real que mi padre sacase monedas de sus orejas y que mi madre pudiese hablar con gnomos que se esconden en la ciudad. A mi me parecía cierto que la risa era una medicina y que una cucharadita de azúcar te curaba de todo mal. Hay cosas que todavía creo, quizá sea que sigo siendo un poco niña.
Eso que me contaban de un cuerpo y un alma se me olvida en muchas ocasiones, es como si al despertarme lo hiciese mi cuerpo y no eso otro que forma parte de mi, que es en realidad mi ser, mi esencia, aquello a lo que le pertenece mi nombre más que a nada. Hay épocas de la vida en las que me preocupa mi aspecto hasta tal punto que si no salgo de fiesta con unos buenos tacones no me siento segura, hasta el punto de ir en el metro juzgando -"sin querer"- el aspecto de los demás entre listos/interesantes/atractivos/probablemente grandes personas... según cuanto se hayan arreglado ese día o no, según la suerte -física- con la que hayan nacido. Me siento mal por ello y cuesta un poco admitirlo pero así es, así soy, y a veces me pregunto qué tal llevaré el envejecimiento dentro de 30, 40, 50 años.
La arruga es bella dicen, y así lo creo, pero hay algo -estúpido- que me hace presentir que será un mal día si ese día no me veo guapa, si nadie me recuerda que aunque ya no tengo rizos mi pelo quizá sigue siendo bonito para los ojos de alguien. En realidad, ¿qué importa el aspecto físico? ¿Dice tanto de alguien?
He tenido unos días de vacaciones, diez para ser exacta, y creo que los he aprovechado de la mejor manera. Estaba pasando una época bastante estresante en mi vida, nada del otro mundo pero a mi modo de verlo demasiadas responsabilidades. Salía de casa para ir a trabajar y cuando volvía mi cabeza no podía dejar de dar vueltas a lo que había hecho y a lo que tenía pendiente por hacer mañana, me metía en la cama con la angustia de pensar cómo sería el día siguiente. Dormía y me despertaba asustada, revisando el móvil y mis tareas pendientes y cada llamada telefónica era un golpe nervioso. Me preocupaba mi falta de equilibrio y mi ausencia total de vida social. Amanecía y como me veía con mala cara me maquillaba y una vez pintada me veía mejor, el problema es que me costaba sonreír y por tanto mi imagen no resultaba tan atractiva. Una sonrisa abre más puertas que una llave.
Pretendía hacer todo con agilidad y estilo, sin olvidar un solo detalle, dejando constancia de mi paso por cada lugar al que acudía (al fin y al cabo se reducía a casa-metro-autobús-trabajo-; algunas veces mi ruta se alargaba e iba al supermercado).
Vivía la vida que yo quería, porque en realidad yo así la había elegido pero, ¿realmente quería vivirla de esa manera? No.
Desconozco en qué momento olvidé quién era y desconcté de mis porqués, olvidé la razón por la que me despertaba cada día y solo me limitaba a sobrevivir. Sobrevivía mi cuerpo pero mi alma permanecía en un estado de coma profundo, no vibraba por nada, solo lloriqueaba de vez en cuando sin hacer nada por cambiar lo que me disgustaba.
En mis días de vacaciones solo quería andar, caminar y caminar un recorrido que no acabase nunca, para huir quizá de mí misma y reencontrarme con mi esencia. Para huir de lo que había construido alrededor de mí y que no me servía - rencores, prisas, excusas, limitaciones- y volver a despertar a lo que me mantenía viva: mi alma, mi yo verdadero, llámalo como quieras. 
Estoy descorchando mi alma, puliendo los daños y errores, recordando otra vez quién soy y sobretodo a dónde voy.

(((maca)))

1 comentario:

  1. ¡¡¡¡Prrrrreciosísimo y totalmente Verdad!!! Si no conociera a la autora de este escrito...lo adivinaría porque eres tú tal cual,en un papel.Gracias.De corazón a corazón.
    Retoma la buena costumbre de publicar más escritos porque se te echaba de menos "un montón".

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